martes, noviembre 29, 2005

¡Feliz cumplemés! 7


Ý un día cumplí 7 meses...
Cuando ya creía que lo más complicado había quedado atrás, recomendaron que hiciera estimulación kinesiológica. En pocas palabras, son ejercicios -a la manera de juegos- para desarrollar mis capacidades motoras. Ahora estoy en la etapa de trabajar más el lado izquierdo de mi cuerpo y aprender a darme vuelta solito. Casi-casi lo consigo... Me falta un cachito.
Al margen de eso, ha sido un buen mes: nació mi primo Santino, estoy yendo al trabajo con Mamá y Papá, conocí a varios amigos de ellos y empecé a comer papillas, aunque en estos días debí volver a mi dieta de teta y biberón, pues contraje una gastroenteritis de la que más o menos estoy saliendo. Sí, ya me siento mucho mejor.
Tengo que estar preparado para todo, porque el que empieza será un mes de muchas novedades.

viernes, noviembre 25, 2005

Perdí el invicto


Pasé las mil y una en el sanatorio, zafé durante el invierno, esquivé adultos resfriados, eludí chicos con todas esas cosas que solemos tener los chicos... Venía bien. Hasta la noche en que perdí mi invicto: mi primera nana.
Me empecé a sentir mal después cenar, pero nadie se dio cuenta, porque pensamos que había comido mucho. El baño posterior tampoco me ayudó y en ese momento la cosa comenzó a complicarse.
Ya acostado, no logré dormirme, por más que Mamá desplegó todas sus habilidades. Entonces llamó a Papá, para que él probara dormirme, aunque sin éxito. Pero algo le llamó la atención: yo estaba quietito, como adormecido pero sin llorar, hecho un ovillo. Como si me doliera la panza. Efectivamente, la panzota bailaba en mi interior.
En busca de nuevas pistas, Papi me alzó y como respuesta lo saludé con un caudaloso vómito que decoró su indumentaria. No, no señor: las cosas no pintaban bien.
Vino Mami a las corridas y me tomó la temperatura. 38,5 , informó el termómetro. Por teléfono, mi pediatra diagnosticó una probable gastroenteritis -en lo que después coincidió mi tía Ivana- y recomendó bajarme la temperatura con remedios y baños. Ah, y mucho líquido. Si la fiebre no bajaba, debíamos partir rápido a la guardia. Si todo salía bien, en 10 días esto sería apenas una vieja historia.
Por suerte, la fiebre bajó y esa noche logré dormir tan poco como mi Mamá, que me hizo el aguante. En los días siguientes, la fiebre amagó subir un par de veces, pero estuvo controlada. Tampoco volví a vomitar, pero mis deposiciones conocieron mejores días. Estaba raro, pálido, demacrado, débil, fastidioso y sin ganas de nada; menos que menos de comer o jugar, como se puede ver en la foto. Eso puso muy triste a mis Papis.
La nota de color la puso mi tía Fernanda, quien nos alquila el departamento. Para ella, lo que yo tenía era un bruto empacho. Vino con una cinta métrica, me midió, bostezó y no sé cuántas cosas más. Yo la miraba sin entender nada. Cada vez que se iba aseguraba que en un par de días yo iba estar bien. Obviamente, no acertó nunca. Así fue estirando los plazos, más o menos hasta que se cumplieron los 10 días predichos por los médicos.

jueves, noviembre 24, 2005

Saborrr


Mi hambre ya no se colmaba ni con teta ni con mamaderas. Mi apetito era como un Pac-Man insaciable que siempre quería más y más y más...
Cierto día mi pediatra dio el visto bueno y el día elegido para comenzar fue hoy.
Señoras y señores, que suenen las fanfarrias: ¡ya como alimentos sólidos! Bueno, más o menos sólidos. En realidad, papillas, purecitos, dos veces por día.
Yo me enteré sobre la marcha. Veía movimientos extraños de mi Mamá, que manipulaba objetos de vivos colores y nuevos olores, los ponía a hervir y luegos los trituraba.
De pronto, cuando el hambre carcomía mis entrañas, mi Papá me sentó sobre sus piernas y me puso un pintorcito que era de mi primo Pedro, y que nos prestó la tía Marisa.
Silencio, tensión.
Mi Mami se acercó con una sonrisa y un plato medio lleno de algo de color naranja.
-Bueno, Manu, a partir de hoy vas a empezar a comer cosas más ricas -dijo ella.
-Esto es puré de zapallo -me informó mi Papi, cosa de no tomarme por sorpresa. E inmediatamente acercó una cuchara a mi boca.
Yo no sabía muy bien lo que tenía que hacer, así que no hice nada. El contenido de la cuchara rebotó contra mis labios cerrados; una parte quedó ahí, colgando, y otra mayor cayó sobre el pintorcito.
Mi Papá temió que fuera una misión imposible, pero con el segundo intento abrí la boca. Esa sustancia naranja se posó sobre mi lengua. Era extraña, tibia, agradable. No se parecía en nada a la leche de fórmula y menos que menos a la teta. Yo seguía sin saber qué hacer con eso, pero parece que mi cuerpo sí. De un momento a otro, mis mandíbulas comenzaron a moverse -como si tuviera los dientes de los que carezco- y lo propio hizo mi lengua. Así, en segundos, me encontré saboreando y tragando. Y no me atraganté, algo que atemorizaba a mis Papis.
Mm... Raro, pero delicioso.
Las cucharadas de puré de zapallo se fueron sucediendo unas tras otras. Algunas caían al piso y Psycho corría a chuparlas. Otras decoraban el delantal. La mayoría coloreaba mi boca y una parte llenaba mi panzota.
Comí casi todo y después me dieron fruta, creo que un poco de banana pisada. ¡Algo más rico todavía!
Todos estábamos contentos: ellos porque el paso dado había sido menos dificultoso de lo pensado y yo porque había descubierto una flamante fuente de placer.
Sí, un nuevo horizonte acababa de abrirse.

sábado, noviembre 19, 2005

El tío Bernie I


Después de bastante tiempo, mis Papis se reencontraron con el tío Bernardo, que vino de visita desde su Tucumán.
Son amigos desde hace varios años. Él coordina, produce, ilustra y diseña la realización de una revista que hacen mis Papis. Hasta hace un par de años venía todos los meses; pero, cuando empezó eso de los secuestros express, la empresa para la que trabaja/mos prefirió -avances de la tecnología mediante- que se siguiera haciendo sólo a la distancia.
Para mi Papá, tal decisión resultó una verdadera pena, porque a partir de entonces extrañó mucho las charlas sobre los temas más variados que solía tener con alguien tan diferente y tan parecido a él.
Pero el tío Bernie hace mucho más que ese trabajo: da clases en la universidad, estudia otra carrera terciaria, colabora con distintos medios, cría a sus hermosas hijas Ilde y Raisa, cuida a una gata llamada Circe y publica diferentes blogs en Internet: Erlich, que es el principal; La Estrella del Norte, las peripecias de Romualda; Por Dios!, la página de Él; la secuela de Tato Bores; y, el último, por ahora, El Teléfono que Mira, con fotos muy raras sacadas con un celular.
-¡Cualquier cosa con tal de no hacer la revista! -diría mi Mamá.
Lo cierto es que el tío Bernardo vino a conocerme. Comieron facturas que yo miraba pasar frente a mis ojos (mi dieta sigue con teta y biberón), charlaron mucho, naturalmente discutieron y, de pronto, el cielo se puso negro-negro. Parecía que iba a lloverse todo, pero sólo se desató una tormenta de viento. Sin embargo, lo más impresionante fue el doble arco iris que se produjo; algo que nadie, especialmente yo, había visto jamás.
En la foto se ve bastante bien a esos arco iris.
La otra fotografía es un engendro producto de un pequeño detalle: a nadie se le ocurrió sacarme una foto con Bernardo. Así que me la tuve que rebuscar con lo que tenía. Taaaaan mal no quedó...
Y la tercera imagen es un viejo regalo del tío Bernie a mis Papis, que muestra sólo una parte de su gran talento y que mi Papá guarda para cuando valga una fortuna.

sábado, noviembre 05, 2005

El hambre y las ganas de comer


Que la teta es lo más resulta casi obvio; pero, a veces, como ahora, con la teta no alcanza.
Un buen día entré en lo que mi Papá -siempre imaginativo para las calificaciones- denominó La Curva de Crecimiento: es decir, cuando de un momento a otro empiezo a comer como bestia famélica. Generalmente dura unos 10 días en los que me como todo, subo de peso, crezco y después regreso a la normalidad. Habitualmente con la teta me bastaba y sobraba...
Hasta ahora.
No sé, debo haber entrado en una Curva muuuuy pronunciada, porque de un día para otro me empecé a quedar con una sensación rara en la panzota, como unos retorcijones casi de dolor. Eso me sacaba, me ponía muy fastidioso y me la agarraba con las pobres tetas, que no tenían la culpa de mi hambre; al punto de querer morderlas, aunque no tengo dientes.
La solución de mi pediatra: el bien ponderado complemento. Que las madres modernas digan lo que quieran, pero una cosa de silicona (me refiero a la tetina del biberón) jamás podrá competir con las bondades de mi Mamá. Ni se le acerca en cualquier rubro de comparación. Y la leche... Mm... No está mal. Se deja tomar. Pero, bueno... Es lo que hay.
A mi Mami, la recomendación del médico, por un lado, la dejó más tranquila, porque solucionaba algo que la tenía preocupada; por el otro, sentía que el mundo nos estaba separando, aunque supiera que era lo mejor para mí.
Mi Papá, como con todo, tuvo sentimientos contradictorios.
  • El negativo: se veía obligado por las nuevas circunstancias (mi crecimiento, nada menos) a moverse un poco de su fiaquez habitual y asumir su nuevo rol de alimentador, como puede verse en la foto.
  • El positivo: el enorme placer de sentir el fortalecimiento de nuestro vínculo, una nueva faceta en la relación padre-hijo, y la sensación de saberse útil en mi cuidado. Eso también puede apreciarse en la imagen.

jueves, noviembre 03, 2005

Mi segundo hogar


Hoy ha sido muy especial: el regreso de mi Mamá al trabajo. Como recordarán, ella dejó de ir a la oficina desde el mismo día en que nací y se quedó conmigo en casa todo este tiempo para cuidarme, alimentarme y, especialmente, hacerme mimos. Por esas cosas de la tecnología y lo previsores que son mis Papis, pudieron seguir trabajando sin moverse del hogar.
Durante estos meses, las decisiones más importantes las siguió tomando mi Mami, aunque sea a la distancia, pero las cosas del día a día las manejó mi abuela Katty.
Mis Papis son dos personas muy trabajadoras -cada una en su estilo y especialidad- que rescataron esta mini-micro-PyME de la ruina a la que había condenado mi abuelo Pichi. Se trata de una editorial muuuy chiquitita que, poco a poco, está saliendo adelante y pagando sus deudas con la gente que confió en ellos.
Allí trabajan...

Mariano: ocupó un poco el lugar de mi Mami todos estos meses. Coordina la producción, trata con los clientes, arma y retoca fotos. Su mayor virtud: rebuscársela con todo. Sus características:
  • Trabaja
  • Habla
  • Toma mate
Mirta: es la armadora principal, aunque también diseña, coordina y hasta atiende los teléfonos, si hace falta. Su mayor virtud: su contraccción al trabajo y la perfección en el armado. Sus características:
  • Trabaja
  • Fuma unos extraños cigarrillos Virginia Slims
  • Hace café
  • Toma jugo de naranja en un vasito chiquito
  • Come unas raras galletas laaargas-laaargas
Katty: de todo un poco. Es administrativa, recepcionista, gestora y, ahora, niñera.
Su mayor virtud: la insistencia. Sus características:
  • Habla
  • Trabaja
  • Fuma unos extraños cigarrillos 43/70
  • Picotea todo el día
Mamá: 4 x 4 todo terreno. Coordina, arma, retoca fotos, diseña, negocia con los clientes y los proveedores, cuida a todo el mundo y, en especial, a mí. Su mayor virtud: el diseño, la perseverancia y su amor por el trabajo.
  • Trabaja
  • Se estresa
  • Anda de aquí para allá
  • Se queja
Papá: es redactor y corrector. Sirve de parche sólo cuando el agua llega al cuello, pero la mayor parte del tiempo está recluido en su oficina refunfuñando contra el hecho de poseer una empresa que no quería. Su mayor virtud: la velocidad y la eficacia. Sus características:
  • Pavea
  • Trabaja
  • Toma litros de café
  • Fuma
  • Lee el diario
  • Observa
Ahora este es mi nuevo mundo; además de mi casota, claro. Incluso hasta acondicionaron una oficina como habitación sólo para mí. Allí dormí la siesta en una practicuna que nos prestó la tía Marisa y tengo mis chiches.
Sí, creo que aquí todo va estar bien.

miércoles, noviembre 02, 2005

Un bajón


Eso... Lo del título. Todo mal.
Resulta que fuimos al médico: me midió, me pesó e hizo todas esas cosas que hacen los pediatras cuando uno los visita. Prescribió un par de vacunas... Hasta ahí todo bien.
De pronto, el abismo.
El doctor recomendó que empiece un tratamiento de kinesiología. ¿Para qué?, preguntarán ustedes. ¿Para qué?, pregunté yo, aunque nadie entendió más que un sugestivo Ba-ba-ba-ba...
Parece que necesito lo que ahora se llama estimulación temprana. El objetivo: emparejar la edad cronológica con la biológica; si es que entendí bien, porque estaba medio en shock cuando lo explicó. Y aquí voy otra vez (y sepan disculpar lo reiterativo del argumento): los bebés prematuros como yo tardan un tiempito más en aprender a manejar sus cuerpitos que los -digamos- comunes. Por ejemplo, si un bebé nacido a término aprende a sentarse, más o menos, a los 6 meses, uno prematuro aprenderá a los 8. Y todo así.
Yo, por mi parte, ni siquiera sé darme vuelta. No imagino lo que es sentarme solo y ya tengo 6 meses. Cuando me sientan de prepo, mi cabeza se tambalea por su cuenta como un muñeco fallado.
-No es que sea un tratamiento indispensable -aclaró mi pediatra-, pero a Manu le va a venir bien.
Claro, porque el que va tener que hacer ejercicios no serás vos, pensé, pero preferí callarme, aunque tampoco sé hablar, obvio.
Así fue que concurrimos los tres (Mamá, Papá y yo) al consultorio de Maia, una kinesióloga especializada en prematuros. La verdad, mal no la pasé. Me prestó unos chiches relindos, bastante diferentes a los que tengo en casa. Después de fijarse en mi postura y en mis movimientos, le recomendó a mis Papis una serie de ejercicios para hacer todos los días, pero recalcando que sólo debían practicarse a la manera de juegos; que no debían ser ni una carga ni una mortificación para mí.
-Si Manu no quiere, está cansado o se fastidia, no insistan -advirtió.
Ahí vamos mejor.
El primer ejercicio consiste en tratar de agarrar un juguete que esté a mi derecha con la mano izquierda. Todo esto hecho panza arriba, claro. Por lo que entendí, la idea es que mis músculos abdominales empiecen a servir para algo y que lo logre sin ayuda de mis piernas.
Así comenzó mi terapia de estimulación.
Saquemos la cuenta: nacimiento prematuro, dificultades pulmonares, dificultades digestivas, 30 días de terapia intensiva, 6 días de terapia intermedia, 5 meses de protocolo vacunatorio, 5 meses de reclusión preventiva y ahora vaya uno a saber cuánto tiempo de estimulación.
Y, sí... La vida es dura.