sábado, noviembre 05, 2005

El hambre y las ganas de comer


Que la teta es lo más resulta casi obvio; pero, a veces, como ahora, con la teta no alcanza.
Un buen día entré en lo que mi Papá -siempre imaginativo para las calificaciones- denominó La Curva de Crecimiento: es decir, cuando de un momento a otro empiezo a comer como bestia famélica. Generalmente dura unos 10 días en los que me como todo, subo de peso, crezco y después regreso a la normalidad. Habitualmente con la teta me bastaba y sobraba...
Hasta ahora.
No sé, debo haber entrado en una Curva muuuuy pronunciada, porque de un día para otro me empecé a quedar con una sensación rara en la panzota, como unos retorcijones casi de dolor. Eso me sacaba, me ponía muy fastidioso y me la agarraba con las pobres tetas, que no tenían la culpa de mi hambre; al punto de querer morderlas, aunque no tengo dientes.
La solución de mi pediatra: el bien ponderado complemento. Que las madres modernas digan lo que quieran, pero una cosa de silicona (me refiero a la tetina del biberón) jamás podrá competir con las bondades de mi Mamá. Ni se le acerca en cualquier rubro de comparación. Y la leche... Mm... No está mal. Se deja tomar. Pero, bueno... Es lo que hay.
A mi Mami, la recomendación del médico, por un lado, la dejó más tranquila, porque solucionaba algo que la tenía preocupada; por el otro, sentía que el mundo nos estaba separando, aunque supiera que era lo mejor para mí.
Mi Papá, como con todo, tuvo sentimientos contradictorios.
  • El negativo: se veía obligado por las nuevas circunstancias (mi crecimiento, nada menos) a moverse un poco de su fiaquez habitual y asumir su nuevo rol de alimentador, como puede verse en la foto.
  • El positivo: el enorme placer de sentir el fortalecimiento de nuestro vínculo, una nueva faceta en la relación padre-hijo, y la sensación de saberse útil en mi cuidado. Eso también puede apreciarse en la imagen.

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