viernes, noviembre 17, 2006

Mi amigo Otto


Desde que tengo memoria -lo que no es decir mucho- jamás me he apegado a muñecos. Hay chiches que me gustan mucho, otros poquito y la mayoría, nada. Y con los muñecos, sea cual sea su tamaño, la relación ha sido siempre la misma: nada. Esto es, cero onda de mi parte, lo que intrigaba a mis Papis.
Hasta que conocí a Otto.
Como se ve en la foto, la fría crónica dice que Otto es un pequeñísimo muñequito que vino con un huevo de chocolate Jack, de la serie de Los Simpson, y que mi Papá comenzó a coleccionar por su cuenta especulando con que algún día me llamarían la atención. Hace poco me ofreció todos los que había separado para mí (sólo los repetidos, ya que tiene la obsesión de coleccionarlos para cuando los valore). De todos ellos, entre los que se hallaban los principales personajes de la serie, que ya conocía, me atrajo uno de remera rosa, bermudas, gorrito y cabello negro.
Otto.
¿Por qué? ¡Andá a saber! ¿Por los colores? ¿La postura (haciendo los cuernitos heavy)? No sé, realmente no tengo la menor idea de lo que me subyugó. Lo cierto es que partir de ese momento no pude despegarme de él; salvo, quizá, para dormir (el noni es sagrado) o para comer (Cuando se come no se juega, asegura mi Papi). Lo hago caminar, lo tiro, lo agarro, lo hago dormir y andar en autitos, y el muy bueno se las aguanta todas. Como parece que volvió a salir en otro huevito Jack (que mi Papá no convida), parece que tengo uno de repuesto, por si se pierde.

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