Todo tiene un final: lo acabo de aprender, con sorpresa y con dolor.
Mamá ya no me dará teta. Listo. No hay vuelta atrás ni lugar a apelaciones o ruegos.
Tengo que confesar que me la veía venir.
En diciembre, cuando empezaron a darme papillas y a aumentar las mamaderas, se disparó la cuenta regresiva que ahora llegó a cero. Para esa época tomaba una ración de teta al despertar, otra al mediodía, otra en la siesta y la última antes de dormir. Si la noche venía difícil, capaz que recibía alguna más.
Claro, con el almuerzo de sólidos, me quitaron la teta del mediodía. Por entonces no me preocupé: de última estaba descubriendo sabores nuevos.
En marzo, cuando empezó a cuidarme la tía Fernanda, perdí la teta de la siesta. Ahí se encendieron las luces de alarma.
En abril, la cosa se puso muy dura, pues me quitaron la teta de la mañana; una decisión que tuvo efectos devastadores. Tanto es así que casualmente empecé a despertarme a la noche a ver si recibía algo más. Resultó un triunfo de corto alcance que generó tantas dudas en mis Papis que condujeron a la decisión que hoy lamento: ¿Manu se queda con hambre o se despierta tantas veces a la noche porque está mimoso?, se preguntaban. Como comida jamás me faltaba, la conclusión fue obvia.
Y aquí estamos. Anoche fue la noche. Después de todos los rituales habituales (cena, baño, canciones y cuentitos), Mamá extrajo un biberón que Papá le proporcionó a escondidas y me dio de beber. Tomé sin culpas, pues -iluso de mí- supuse que además podría contar con la teta correspondiente como extra.
Craso error.
Cuando me di cuenta, comencé a manotear la ropa de mi Mami, buscando desesperadamente mi dosis. Una y otra vez mi Mamá desarticuló todos mis intentos.
Era el fin.
El siguiente paso fue la cuna, el arrorró y todo eso. Me dormí, no sin sorpresas, como siempre. Incluso hasta dormí toda la noche de un tirón, contrariamente a la tendencia habitual.
Sí, es el fin de una época que, viendo cómo fuma mi Papi, sé que extrañaré toda mi vida; incluso sin darme cuenta.
Un dato a mi favor: al menos, no lloré.
Lo sobrellevé como todo un hombre.
La foto de arriba es Neonatología, en la terapia intensiva del Sanatorio de la Trinidad, cuando Mamá empezaba a estimular mi reflejo de succión.
La segunda imagen es de hoy, cuando la teta comienza a convertirse en un recuerdo.