Como relaté en el post anterior, el sábado festejamos el cumpleaños # 45 del tío Marcelo, allá en su casa de Ciudad Jardín. Esa fue la primera excusa para que se reúnan los amigos, pero la segunda razón no era menos relevante: el debut de la Selección Argentina en el Mundial de Alemania.
Francamente, todavía no entiendo nada de fútbol. A duras penas sé que soy hincha de Huracán, porque mi Papá me lo recuerda constantemente y además me calzó la camiseta apenas pisé mi casota. También sé que, precisamente por eso, debo odiar a San Lorenzo, el equipo de mi Mamá. Ahora me dicen que también tengo que ser hincha de Argentina.
Todos estaban ansiosos y, por lo que pude escuchar, nadie daba por seguro un triunfo fácil de nuestro equipo. Banderas, gorritos y globos con los colores nacionales cundían por doquier. Mi Papi, por ejemplo, desempolvó su vieja camiseta celeste y blanca para estar a tono. A mí me pusieron un gorro de arlequín que me quedaba muy bien y cuando todos gritaban ¡Argentina, Argentina!, yo daba saltitos y seguía el ritmo con la cabeza.
Costa de Marfil fue nuestro rival de hoy. El partido en sí me resultó ni fu ni fa, salvo cuando todos gritaron ¡gol! de Argentina, al mismo tiempo, y me hicieron asustar. Lo peor de todo es que Argentina hizo el segundo tanto al ratito ¡y volvieron a gritar como desaforados! Obviamente, de nuevo lloré. El partido terminó 2-1 y el camino comienza a allanarse. Al menos, eso escuché.
Papá me pidió que tratara de retener estas imágenes (las del partido y también las del entorno), porque de acontecimientos así comenzará a nutrirse mi vida. Lamentablemente, todavía soy muy chico y sé que mañana ya no recordaré nada de esto.
Por eso lo dejo escrito para la posteridad.
Francamente, todavía no entiendo nada de fútbol. A duras penas sé que soy hincha de Huracán, porque mi Papá me lo recuerda constantemente y además me calzó la camiseta apenas pisé mi casota. También sé que, precisamente por eso, debo odiar a San Lorenzo, el equipo de mi Mamá. Ahora me dicen que también tengo que ser hincha de Argentina.
Todos estaban ansiosos y, por lo que pude escuchar, nadie daba por seguro un triunfo fácil de nuestro equipo. Banderas, gorritos y globos con los colores nacionales cundían por doquier. Mi Papi, por ejemplo, desempolvó su vieja camiseta celeste y blanca para estar a tono. A mí me pusieron un gorro de arlequín que me quedaba muy bien y cuando todos gritaban ¡Argentina, Argentina!, yo daba saltitos y seguía el ritmo con la cabeza.
Costa de Marfil fue nuestro rival de hoy. El partido en sí me resultó ni fu ni fa, salvo cuando todos gritaron ¡gol! de Argentina, al mismo tiempo, y me hicieron asustar. Lo peor de todo es que Argentina hizo el segundo tanto al ratito ¡y volvieron a gritar como desaforados! Obviamente, de nuevo lloré. El partido terminó 2-1 y el camino comienza a allanarse. Al menos, eso escuché.
Papá me pidió que tratara de retener estas imágenes (las del partido y también las del entorno), porque de acontecimientos así comenzará a nutrirse mi vida. Lamentablemente, todavía soy muy chico y sé que mañana ya no recordaré nada de esto.
Por eso lo dejo escrito para la posteridad.
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