En la última visita a mi pediatra, mis Papis obtuvieron el tan ansiado consentimiento para mi mudanza.
Señoras y señores, ¡llegó la hora de mi independencia! ¡Voy a tener cuarto propio!No pueden imaginar el tamaño de mi sonrisa. ¡Es enorme! (Y, curiosamente, la de mi Papá también.)
Fin
En la foto se ve clarito: el catre que nos prestó mi prima Natalia está brindando su servicio póstumo. Simplemente, me queda chico por todos lados y, gracias al peso ganado en las últimas semanas, me hundo y todo cruje cada vez que me muevo. Además, está por nacer el hijo de Naty, o sea que lo van a necesitar. Es cuestión de días, nada más.
Pero no es todo.
Necesito un lugar propio. Ya estoy grandecito para seguir durmiendo con mis Papis. Me molesta la tele (aunque apenas se la escuche) y el cuchicheo entre ellos. Por otra parte, dudo que vaya a extrañar los insoportables ronquidos de mi Papi...
Que Psycho se vaya preparando, ¡porque ahora lo voy a desalojar de mi cuarto!
Pero no es todo.
Necesito un lugar propio. Ya estoy grandecito para seguir durmiendo con mis Papis. Me molesta la tele (aunque apenas se la escuche) y el cuchicheo entre ellos. Por otra parte, dudo que vaya a extrañar los insoportables ronquidos de mi Papi...
Que Psycho se vaya preparando, ¡porque ahora lo voy a desalojar de mi cuarto!
Principio
El catre, mi camita hasta hoy, fue desarmado con una velocidad inusitada, como si realmente quisieran mi mudanza más que yo.
Los rituales de la jornada se sucedieron de manera tranquila, aunque inexorable. El juego, el baño y la teta del estribo. Finalmente, la hora había llegado. Ahí estábamos, mi Mamá y yo, en mi nuevo cuarto, frente a la cuna que el destino (y mi abuelo Pichi) me había regalado. Ambos sabíamos que el paso que daríamos sería para siempre. Que a partir del instante en que apoyara mi cabeza en la almohadita nuestro vínculo sería otro. Ni mejor ni peor: distinto.
Debo confesar que en ese momento me agarró algo de cuiqui, pero mi nonazo era más fuerte. Sin embargo, me dormí, profundamente, como si ese lugar me perteneciera desde siempre. Así, hice noni toda la noche.
Esa noche, Psycho volvió a dormir con mis Papis, como en los viejos tiempos. Dicen que los perros no tienen emociones, pero juraría que a la mañana siguiente ese bicho sonreía.
Los rituales de la jornada se sucedieron de manera tranquila, aunque inexorable. El juego, el baño y la teta del estribo. Finalmente, la hora había llegado. Ahí estábamos, mi Mamá y yo, en mi nuevo cuarto, frente a la cuna que el destino (y mi abuelo Pichi) me había regalado. Ambos sabíamos que el paso que daríamos sería para siempre. Que a partir del instante en que apoyara mi cabeza en la almohadita nuestro vínculo sería otro. Ni mejor ni peor: distinto.
Debo confesar que en ese momento me agarró algo de cuiqui, pero mi nonazo era más fuerte. Sin embargo, me dormí, profundamente, como si ese lugar me perteneciera desde siempre. Así, hice noni toda la noche.
Esa noche, Psycho volvió a dormir con mis Papis, como en los viejos tiempos. Dicen que los perros no tienen emociones, pero juraría que a la mañana siguiente ese bicho sonreía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario