Eso... Lo del título. Todo mal.
Resulta que fuimos al médico: me midió, me pesó e hizo todas esas cosas que hacen los pediatras cuando uno los visita. Prescribió un par de vacunas... Hasta ahí todo bien.
De pronto, el abismo.
El doctor recomendó que empiece un tratamiento de kinesiología. ¿Para qué?, preguntarán ustedes. ¿Para qué?, pregunté yo, aunque nadie entendió más que un sugestivo Ba-ba-ba-ba...
Parece que necesito lo que ahora se llama estimulación temprana. El objetivo: emparejar la edad cronológica con la biológica; si es que entendí bien, porque estaba medio en shock cuando lo explicó. Y aquí voy otra vez (y sepan disculpar lo reiterativo del argumento): los bebés prematuros como yo tardan un tiempito más en aprender a manejar sus cuerpitos que los -digamos- comunes. Por ejemplo, si un bebé nacido a término aprende a sentarse, más o menos, a los 6 meses, uno prematuro aprenderá a los 8. Y todo así.
Yo, por mi parte, ni siquiera sé darme vuelta. No imagino lo que es sentarme solo y ya tengo 6 meses. Cuando me sientan de prepo, mi cabeza se tambalea por su cuenta como un muñeco fallado.
-No es que sea un tratamiento indispensable -aclaró mi pediatra-, pero a Manu le va a venir bien.
Claro, porque el que va tener que hacer ejercicios no serás vos, pensé, pero preferí callarme, aunque tampoco sé hablar, obvio.
Así fue que concurrimos los tres (Mamá, Papá y yo) al consultorio de Maia, una kinesióloga especializada en prematuros. La verdad, mal no la pasé. Me prestó unos chiches relindos, bastante diferentes a los que tengo en casa. Después de fijarse en mi postura y en mis movimientos, le recomendó a mis Papis una serie de ejercicios para hacer todos los días, pero recalcando que sólo debían practicarse a la manera de juegos; que no debían ser ni una carga ni una mortificación para mí.
-Si Manu no quiere, está cansado o se fastidia, no insistan -advirtió.
Ahí vamos mejor.
El primer ejercicio consiste en tratar de agarrar un juguete que esté a mi derecha con la mano izquierda. Todo esto hecho panza arriba, claro. Por lo que entendí, la idea es que mis músculos abdominales empiecen a servir para algo y que lo logre sin ayuda de mis piernas.
Así comenzó mi terapia de estimulación.
Saquemos la cuenta: nacimiento prematuro, dificultades pulmonares, dificultades digestivas, 30 días de terapia intensiva, 6 días de terapia intermedia, 5 meses de protocolo vacunatorio, 5 meses de reclusión preventiva y ahora vaya uno a saber cuánto tiempo de estimulación.
Y, sí... La vida es dura.
Resulta que fuimos al médico: me midió, me pesó e hizo todas esas cosas que hacen los pediatras cuando uno los visita. Prescribió un par de vacunas... Hasta ahí todo bien.
De pronto, el abismo.
El doctor recomendó que empiece un tratamiento de kinesiología. ¿Para qué?, preguntarán ustedes. ¿Para qué?, pregunté yo, aunque nadie entendió más que un sugestivo Ba-ba-ba-ba...
Parece que necesito lo que ahora se llama estimulación temprana. El objetivo: emparejar la edad cronológica con la biológica; si es que entendí bien, porque estaba medio en shock cuando lo explicó. Y aquí voy otra vez (y sepan disculpar lo reiterativo del argumento): los bebés prematuros como yo tardan un tiempito más en aprender a manejar sus cuerpitos que los -digamos- comunes. Por ejemplo, si un bebé nacido a término aprende a sentarse, más o menos, a los 6 meses, uno prematuro aprenderá a los 8. Y todo así.
Yo, por mi parte, ni siquiera sé darme vuelta. No imagino lo que es sentarme solo y ya tengo 6 meses. Cuando me sientan de prepo, mi cabeza se tambalea por su cuenta como un muñeco fallado.
-No es que sea un tratamiento indispensable -aclaró mi pediatra-, pero a Manu le va a venir bien.
Claro, porque el que va tener que hacer ejercicios no serás vos, pensé, pero preferí callarme, aunque tampoco sé hablar, obvio.
Así fue que concurrimos los tres (Mamá, Papá y yo) al consultorio de Maia, una kinesióloga especializada en prematuros. La verdad, mal no la pasé. Me prestó unos chiches relindos, bastante diferentes a los que tengo en casa. Después de fijarse en mi postura y en mis movimientos, le recomendó a mis Papis una serie de ejercicios para hacer todos los días, pero recalcando que sólo debían practicarse a la manera de juegos; que no debían ser ni una carga ni una mortificación para mí.
-Si Manu no quiere, está cansado o se fastidia, no insistan -advirtió.
Ahí vamos mejor.
El primer ejercicio consiste en tratar de agarrar un juguete que esté a mi derecha con la mano izquierda. Todo esto hecho panza arriba, claro. Por lo que entendí, la idea es que mis músculos abdominales empiecen a servir para algo y que lo logre sin ayuda de mis piernas.
Así comenzó mi terapia de estimulación.
Saquemos la cuenta: nacimiento prematuro, dificultades pulmonares, dificultades digestivas, 30 días de terapia intensiva, 6 días de terapia intermedia, 5 meses de protocolo vacunatorio, 5 meses de reclusión preventiva y ahora vaya uno a saber cuánto tiempo de estimulación.
Y, sí... La vida es dura.
2 comentarios:
La verdad es que, como siempre, te la re bancaste! y papá y yo estuvimos con vos.
Además valió la pena el esfuerzo.
Sí, Mami, pero vamos a ver cuánto dura esto.
No me imaginaba tener que ir a la kinesióloga. Pensé que todo lo que tenía que ver con las dificultades de mi nacimiento había quedado atrás. Pero, bueno... Hay que apechugar.
Espero que pase pronto.
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