Desde que empecé a sentarme solo y a gatear, mi perro Psycho cambió en gran medida su actitud (digo en gran medida porque, cuando mis Papis dirigen toda su atención hacia mí, él todavía se pone muy celoso): ahora puedo decir que me registra en toda mi dimensión. Además de seguir oliéndome los pañales -el muy chancho-, pedirme papota y darme besotes, también juega conmigo. Como ven, me trae sus chiches (¡sí, esos que se ven son de él!) para que yo se los arroje -y así volver a empezar- o para forcejear juntos. Todo bajo la atenta mirada de mis Viejos que, si bien confían plenamente en su delicadeza, quieren estar seguros de que no haya sorpresas desagradables.
Nunca se sabe.
Nunca se sabe.
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