lunes, enero 29, 2007

La tía Noemí II


Mediodía en Puerto Madryn. Habíamos ido a la playa y terminábamos de almorzar cuando, de repente, sonó el celular de Mamá. Atendió. Era la tía Marisa, desde Buenos Aires, que llamaba para darle una noticia cuya única respuesta fue un lamento. Y lágrimas contenidas, de ésas que mis Papis no quieren soltar delante de mí.
La que siguió fue una breve charla entre hermanas, sobre cómo habían sucedido ciertos acontecimientos y qué se podía hacer. Ah, y cómo estaba el abuelo Pichi.
Mientras Mami hablaba -quietita-quietita para no perder la señal-, Papá me quería distraer con los Backyardigans que daban en la tele. Pero yo no le daba mucha bolilla: quería saber de qué estaba hablando Mamá.
Luego de cortar, hubo un silencio ancho y largo, que finalmente cortó mi Mami con un Ya está... que terminó en un sollozo. Después hubo palabras de consuelo de mi Papi, llamados a la abuela Katty, otro de Marisa, otro a la tía Mariela por algo llamado corona, otro al tío Marcelito para ver si podíamos cambiar los pasajes de regreso...
Todas cosas así que no me decían nada.
Con el paso de los días, las semanas y los meses, creo haber entendido algo de lo que sucedió. Tiene que ver con la tía Noemí, a quien hace mucho tiempo no veía, porque tenía una nana muy grande, pero muy grande.
La tía Noe tenía una relación amor-odio con mi Mamá, y de respeto-tolerancia con mi Papá. Sin embargo, conmigo había congeniado desde mis primeros días. Tal vez porque no me importaba que la hubieran operado, yo la trataba como a todos y eso parece que le gustaba.
Ahora hace mucho que no la veo y me parece que no la veré más. Nadie me lo dice, pero supongo que estará en el Cielo, construyendo y reconstruyendo donde la dejen, seguramente renegando contra ángeles, arcángeles y toda la Creación, y pintando como sólo ella sabía hacerlo.
La voy a extrañar. Me hubiera gustado haberla conocido mejor.
Ojalá, Dios quiera, que nos volvamos a encontrar.

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