¿Cómo es eso de Día del Niño 0? Bien podría llamarse versión Beta o Ensayo. La historia es así.
De pronto, Papá se dio cuenta que a hasta altura de mi vida -3 meses- nunca me había regalado algo personal: la pulserita de oro me la dio mi abu Katty cuando nací y la tía Mariela decía que ella me iba a regalar un crucifijo para cuando me bauticen. O sea que, según concluía él, le quedaban pocas opciones: un reloj (no sé la hora, no sé qué es la hora), un encendedor (no fumo), una corbata (no tengo traje) o un chiche. Así empezó a darse manija y a embalarse.
Este lunes 1º salió decidido a comprarme un juguete, sea como sea. La oportunidad resultaba ideal: el domingo sería el Día del Niño. Entonces partió raudo a la mejor juguetería que encontrara. Eligió algo que le gustó y lo compró. Pero las cosas no serían tan fáciles. Allí se enteró que ahora, en el siglo XXI, muy lejos de su propia infancia y sus buenas intenciones, el Día del Niño es el segundo domingo de agosto.
Mi Papi no es alguien que se adapte fácilmente a los cambios. Una vez que asimila una costumbre, la mantiene hasta el fin. Para él, desde siempre, el Día del Niño será el primer domingo de agosto. De pronto se encontró volviendo a casa con paquetes, sobre un taxi, y la perspectiva de tener que aguantar -no una semanita, como suponía, hasta el domingo- quince días con los regalos en el placard. Resultaba demasiado para él.
Entonces dijo Ma'sí. Le dijo a Mamá que ella se encargue de comprarme los regalos para el Día del Niño "oficial", que él me regalaba para éste, un extraño lunes a mitad de camino de todo.
¿Los chiches? ¡Re-fachus! Me trajo una gallinita para colgar del gym, una vaquita de San Antonio que hace ruido cuando le apretás la panzota y ¡un móvil para colgar de la cuna! Está re-bueno: da vueltitas y vueltitas, y tiene una musiquita lindísima.
¡Qué suerte! Ahora voy a tener dos días del niño.
En la foto, se ve el momento exacto en que Papá saca los juguetes de las bolsas.
De pronto, Papá se dio cuenta que a hasta altura de mi vida -3 meses- nunca me había regalado algo personal: la pulserita de oro me la dio mi abu Katty cuando nací y la tía Mariela decía que ella me iba a regalar un crucifijo para cuando me bauticen. O sea que, según concluía él, le quedaban pocas opciones: un reloj (no sé la hora, no sé qué es la hora), un encendedor (no fumo), una corbata (no tengo traje) o un chiche. Así empezó a darse manija y a embalarse.
Este lunes 1º salió decidido a comprarme un juguete, sea como sea. La oportunidad resultaba ideal: el domingo sería el Día del Niño. Entonces partió raudo a la mejor juguetería que encontrara. Eligió algo que le gustó y lo compró. Pero las cosas no serían tan fáciles. Allí se enteró que ahora, en el siglo XXI, muy lejos de su propia infancia y sus buenas intenciones, el Día del Niño es el segundo domingo de agosto.
Mi Papi no es alguien que se adapte fácilmente a los cambios. Una vez que asimila una costumbre, la mantiene hasta el fin. Para él, desde siempre, el Día del Niño será el primer domingo de agosto. De pronto se encontró volviendo a casa con paquetes, sobre un taxi, y la perspectiva de tener que aguantar -no una semanita, como suponía, hasta el domingo- quince días con los regalos en el placard. Resultaba demasiado para él.
Entonces dijo Ma'sí. Le dijo a Mamá que ella se encargue de comprarme los regalos para el Día del Niño "oficial", que él me regalaba para éste, un extraño lunes a mitad de camino de todo.
¿Los chiches? ¡Re-fachus! Me trajo una gallinita para colgar del gym, una vaquita de San Antonio que hace ruido cuando le apretás la panzota y ¡un móvil para colgar de la cuna! Está re-bueno: da vueltitas y vueltitas, y tiene una musiquita lindísima.
¡Qué suerte! Ahora voy a tener dos días del niño.
En la foto, se ve el momento exacto en que Papá saca los juguetes de las bolsas.
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