jueves, agosto 25, 2005

El Ciclo


¿Nunca, pero nunca, les conté acerca de El Ciclo?
Papá lo habrá descubierto hace cosa de un mes, más o menos, y nos cambió la vida a todos. El asunto es así:
En su condición de padres primerizos y, además, cuentapropistas, desde el momento que pisé esta casa las cosas marcharon bien, pero de manera absolutamente desordenada. Producto de la libre demanda en cuestión de teta, por las noches yo me despertaba una, dos, tres, cuatro y ¡hasta cinco veces! para comer. Hasta ahí todo bien y dentro de lo esperado. Hay nenes que somos así y otros que no, pero yo era así. ¡Qué se le va a hacer!
El problema empezaba en la mañana. Si bien yo trataba de comunicarme con ellos de la manera más clara posible, con los llantos adecuados para cada situación, ellos no entendían nada. Salvo Mamá en lo que tenía que ver con el hambre, después no acertaban una. Confundían el sueño con el dolor de panza, el aburrimiento con el pañal sucio, y todo así. Como escribí más arriba, el hecho de ser padres primerizos y encima tener que trabajar para mantener el negocio no los ayudaba mucho. Así pasaban los días e íbamos por la vida ligeramente a la deriva, hasta que un día en que Mami tenía mucho trabajo en casa le pidió a Papi que me cuidara. Creo que le dijo algo así como Tomá, hacete cargo.
Dejamos a Mamá en el living, trabajando adelante de la computadora, y nos fuimos al cuarto. Así estuvimos un rato, paveando con los chiches, hasta que me harté: tenía sueño. Como corresponde, lloré para avisar. Y nada. Papá seguí con los chiches frente a mi cara y yo que no los soportaba más. Dado que Mamá estaba muy ocupada y Papá es sumamente orgulloso, él quiso resolverlo solo. Para empezar y ya que yo no respondía a los juguetes, dejó de insistir. ¿Por qué puede ser que llore?, se preguntó. Obsesivo y sistemático como es, no soportaba la idea de que un bebé actúe de manera aleatoria. Él creía que había un sistema oculto que debía descubrir. Y yo lloraba. ¿No te das cuenta que es sueño?, lloraba yo. Pero no me entendía. Hasta que empezó a utilizar el viejo truco del descarte. Como Mamá anotaba la hora de las tetas y de las siestas, Papá se fijó en la libretita.
Hambre no es, dijo, porque figuraba que yo había comido, y bien, hacía una hora.
Descartado el aburrimiento, probó hacer flexiones con mis piernitas para ver si yo tenía petús. Nada. Y yo seguía llorando.
¿Estarás con el pañal cargado?, me preguntó ¡a mí!
Casualmente, sí, estaba todo enchastrado. Sin decirle nada a Mamá, me cambió. Pero yo seguía llorando. Un poco menos, eso sí. Dale, flaco, avivate, tenía ganas de gritarle si hubiera podido. Hasta que, finalmente, llegó a la única conclusión posible: el noni-noni. Apagó el stereo, cerró las persianas y preparó el catre. No lo puedo creer, pensaba yo. ¡Se dio cuenta!
¡Sí! Me meció un poquito en sus brazos y al toque caí rendido. Me acostó y palmé como el mejor. Cerró la puerta despacito y entró al living con una sonrisa orgullosa. Había visto la luz. Había descubierto por su cuenta lo que millones de padres en todo el mundo y durante miles de generaciones llevaban practicando: El Ciclo. En síntesis: darse cuenta que, después de dormir, hay que cambiarme, luego hay que entretenerme, más tarde tengo que comer, posteriormente tengo largar provechitos y petús, y finalmente tengo que volver a hacer noni. Pero, gracias a la libretita de Mamá, además se percató que, al menos en mi caso, eso ocurría a intervalos más o menos regulares. ¿Qué significa eso? Que yo siempre dormía más o menos las mismas siestas, me entretenía durante el mismo tiempo y comía casi igual. Y vuelta a empezar.
Sin embargo, la prueba de fuego ocurrió al despertar. Entonces, probó. Repitió el último esquema de lapsos que ya había funcionado y respondió más rápido a mis llantos. ¡Y resultó! Había descubierto mi ciclo. A partir de entonces todo empezó a cambiar: cada vez dormía más siestas, la pasaba mejor y, lo que significó de gran importancia para todos, me despertaba una sola vez a la noche. Habíamos encontrado el rumbo.
Desde ese día Papá se sintió papá.

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