11/05/08
Habíamos quedado en el momento de mi llegada a la habitación de Mamá en el Sanatorio de la Trinidad, con un reencuentro a puro besotes y -un poco- de reconciliación.
Estábamos a los mimos, cuando giro y miro en diagonal hacia el otro extremo del cuarto. Y ahí está ese sujeto. Ahí está Tomás, digo con sorpresa y no sueno tan mal como esperaba. En realidad, debo confesar que hasta me emociona. No mucho, tampoco la pavada.
Tomás Bautista es su nombre, que no suena ni cerca de bien como Manuel Facundo. Lo miro de lejos, rápidamente, como en un flash y vuelvo los ojos otra vez a la ventana.
Todavía lejos de reponerme de tantas emociones nuevas, entonces llega la hora de los golpes bajos: Mami me ofrece unos paquetitos. Dice que son regalos que me trajo Tommy. Los abro. Me tiemblan las manos. ¡Son unos muñecos del Hombre Araña y unos autos de Fórmula 1!
¿Tomás me trajo regalos? ¡No vale! ¡Así no puedo odiarlo!
Mis defensas tapizan el piso. Y ahora, ¿qué hago?
Habíamos quedado en el momento de mi llegada a la habitación de Mamá en el Sanatorio de la Trinidad, con un reencuentro a puro besotes y -un poco- de reconciliación.
Estábamos a los mimos, cuando giro y miro en diagonal hacia el otro extremo del cuarto. Y ahí está ese sujeto. Ahí está Tomás, digo con sorpresa y no sueno tan mal como esperaba. En realidad, debo confesar que hasta me emociona. No mucho, tampoco la pavada.
Tomás Bautista es su nombre, que no suena ni cerca de bien como Manuel Facundo. Lo miro de lejos, rápidamente, como en un flash y vuelvo los ojos otra vez a la ventana.
Todavía lejos de reponerme de tantas emociones nuevas, entonces llega la hora de los golpes bajos: Mami me ofrece unos paquetitos. Dice que son regalos que me trajo Tommy. Los abro. Me tiemblan las manos. ¡Son unos muñecos del Hombre Araña y unos autos de Fórmula 1!
¿Tomás me trajo regalos? ¡No vale! ¡Así no puedo odiarlo!
Mis defensas tapizan el piso. Y ahora, ¿qué hago?
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